EXÓTICA Y MÍSTICA ARMENIA

Garni

El aura legendaria que rodea Armenia excita la imaginación de cualquier visitante interesado en su historia y el carácter de su gente
 

Irina, una joven armenia veinteañera, se hizo operar recientemente su bella nariz para transformarla  en un apéndice grande, aquilino y giboso, que es una de las características morfológicas por las que se distingue el armenio. Hasta este paradójico punto (una mujer occidental haría lo contrario) el pueblo caucásico quiere ser fiel a sus señas de identidad. Irina lo explica así: “Me hice la rinoplastia porque estoy orgullosa de ser armenia” La persecución sistemática de los turcos contra los armenios entre 1894 y 1922 despertó aún más en éstos su arraigado nacionalismo. Hoy son casi ocho millones los armenios que configuran la mayor diáspora, después de la judía, dispersados entre los cinco continentes: casi tres millones sólo en los Estados Unidos. Es el primer país transnacional del planeta.

Son los armenios que huyeron del primer genocidio del siglo XX (1915), por parte de los turcos, pero que siguen amando apasionadamente a su país en la distancia. Armenia es un territorio bíblico, legendario y místico que despierta en ellos una nostalgia infinita y el sueño de visitar el lugar de sus raíces. Nadezhada Mandelstam no puede expresarlo mejor: “la vuelta al seno materno: al lugar donde todo empezó, a la tierra de los padres, a las fuentes” Los signos de identidad armenios se transmiten con inmensa fuerza a los hijos y nietos de  los exiliados y huidos del genocidio. Se trata de que sientan más sus raíces que las del país en que han nacido ¡Cuánto vodka se habrá bebido evocando a Armenia!

 

Ararat, una sublime obsesión

Una de sus leyendas reside en su tótem más idolatrado: el gigantesco monte bíblico Ararat. En su cúspide encalló el Arca de Noé tras el diluvio, y, por ello, los armenios se consideran los Progenitores de la Humanidad.  Hace unos tres años, la expedición del chino Yeung Wing Cheung aseguró haber hallado los restos del Arca a 5.000 metros de altura, pero quiso mantener en secreto su ubicación para evitar que sus vestigios sufrieran daños. Es tal la obsesión que los armenios tienen por este imponente y eternamente nevado monte, que no hay ninguno de ellos que no tenga en su casa una imagen del mismo en un cuadro, una alfombra, una fotografía o en un simple llavero. El taxista que me lleva al hotel me muestra insistentemente una foto del monte Ararat pegada al parabrisas, mientras me cuenta con indignación: “¡Nos lo robaron los turcos!” Su obsesión es patológica después de que la URSS y Turquía pactaran en 1923, una división de fronteras que dejaba en manos turcas la propiedad del mítico monte, que había pertenecido a los armenios durante muchos siglos. La pérdida de este emblema protector y símbolo de su identidad fue un duro golpe para el orgullo de los armenios que, desde entonces, han de conformarse con verlo, pero sin tocarlo (las fronteras con Turquía siguen aún cerradas)

 

FRANCISCO GAVILÁN

Turiscom.org